Himno sepulvedano
La primera mención que nos aparece de Sepúlveda(1) es su inclusión en la larga lista de ciudades desertizadas(2) a consecuencia de la sorprendentemente vasta correría de Alfonso I de Asturias por tierras musulmanas(3). Una noticia que, por dada en un contexto meramente militar, subsumida en la Reconquista, no habría de ser plenamente aprovechada por la historiografía hasta bastante recientemente, al abrirse paso la tesis de la despoblación de todo el valle del Duero a lo largo de una buena parte de los siglos altomedievales, más aún de toda una faja que, de Oporto a Barcelona, atravesaba la Península entera. Y es que la Reconquista, es una de las decisivas líneas de fuerza del acuñarse de España, pero exigente, incluso para su propia valoración, de la consideración conjunta de las otras dos, la despoblación y la repoblación, las tres en simbiosis constante, sí, pero sin que la causalidad castrense(4) sea la única determinante de las dos últimas. En todo caso, entendemos sin esfuerzo la afirmación de don Claudio Sánchez-Albornoz, en su magistral libro consagrado justamente a la Despoblación y repoblación del valle del Duero, de ser su convicción de la misma decisiva para su noción de la historia patria. Y, no debemos olvidar, que si se hace arrancar del solitario erudito y literato portugués, Alejandro Herculano, su formulación precisa, por Diego de Colmenares(5) sabemos que había ya en su tiempo muchas gentes que la predicaban. Por mi parte, sólo pido la venia para comunicar una impresión personal, que no pienso vale tanto por mi índole de estudioso cuanto de nativo de esta tierra, y es la de que, al conocer esa afirmación, sentí como si las piezas de un rompecabezas se colocasen en su sitio y cobrasen explicación, en tanto de no admitirla todo quedaba reducido a una sucesión alternativa de unas y otras dominaciones sin ningún hilo conductor y, sobre todo, no había manera de comprender un cierto vacío en el tiempo que sobre ese solar de la historia se respiraba cuando se había nacido y vivía en él, en definitiva la razón más profunda de una diferenciación que, por igual, nos apartaba tanto del Al-Andalus islámico como de la coetánea Europa católica.


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